Por: Laura Ximena Orjuela Naranjo
Bogotá, 11 de
junio de 2022. Ningún niño debería verse obligado a trabajar o, dicho de otra
forma, las familias deberían contar con las condiciones socioeconómicas tales
que sus hijos no vean, antes de alcanzar la mayoría de edad, el trabajo como
parte de sus vidas.
Jaime Castro Martínez |
Jaime Castro
Martínez, docente de la Facultad de la Sociedad, Cultura y Creatividad del
Politécnico Grancolombiano, analiza esta situación:
Organizaciones
internacionales como la ONU advierten del estancamiento en la lucha contra la
erradicación del trabajo infantil, especialmente como efectos de la pandemia
por la COVID-19, que trajo consigo el aumento de niños, niñas y adolescentes
trabajadores. Cabe aclarar que algunos de estos incursionaron en este escenario
un tanto decepcionados por un sistema educativo que no estaba preparado para la
educación remota. De hecho, la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en
un estudio realizado en Argentina, encontró que 1 de cada 2 niños que comenzó a
trabajar lo hizo durante la pandemia, hijos de familias cuyos ingresos
disminuyeron por efectos de la misma.
Pero la
preocupación no es para menos: cerca de 160 millones de niños, niñas y
adolescentes están en situación de trabajo infantil, esto representa 1 de cada
10 niños, niñas y adolescentes del mundo. Encabeza la fila la región africana,
con la quinta parte de los niños, niñas y adolescentes trabajadores, seguidos
de Asia y el Pacífico. Ambas regiones alcanzan casi la suma de 9 de cada 10
niños que trabajan en el mundo (11 millones de estos se ubican en las
Américas). Curiosamente la mayoría, cerca del 56 %, viven en países de ingresos
medios.
¿Qué sabemos del trabajo infantil?
Para
distintos organismos gubernamentales, como el ICBF, el trabajo infantil “es
todo aquel realizado por un niño, niña o adolescente que no alcance la edad
mínima de admisión al empleo y en los términos establecidos por la legislación
nacional y que, por consiguiente, impida la educación y el pleno desarrollo del
niño la niña o el adolescente; el que se ajuste a la definición de trabajo
peligroso o aquel que está incluido como peores formas de trabajo infantil”.
Desde esta lógica, el trabajo infantil, por definición, es aquel que impide la
educación y el desarrollo y, además, por defecto, guarda relación con las
peores formas de trabajo. El ICBF señala que los sectores en donde más se
manifiesta este fenómeno es en la agricultura, la ganadería, la caza, la
silvicultura, la pesca, el comercio, los hoteles y restaurantes, los servicios
comunales, sociales y personales, el transporte, el almacenamiento y las
comunicaciones.
Por su parte,
el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) señala que, en el
trimestre de octubre a diciembre de 2021, 508 mil niños, niñas y adolescentes
entre los 5 y los 17 años estuvieron trabajando, 9 mil personas menos que en el
periodo del año anterior. Algo que resulta de interés y que permite entender
mejor este escenario es que, de estos, el 62 % se ubicaron en los centros
rurales y rurales dispersos, mientras que sólo el 38 % se encontraban en las
cabeceras. También llama la atención que el 68,2 % fueron hombres, un
porcentaje que duplica la cifra de niñas y adolescentes trabajadoras.
¿Qué dicen los niños y niñas trabajadoras? ¿Por qué trabajan?
Un estudio
publicado en el Observatorio de Infancia y Adolescencia de Andalucía, con
población de niños y niñas trabajadores en plazas de mercado y en ventas
ambulante, encontró que, para esta población, el trabajo infantil y sus formas
de expresión configuran prácticas que reproducen y legitiman la cultura de la
supervivencia alrededor del trabajo y la vida familiar que lo dinamiza. Se
mantiene y reproduce, a la vez, como práctica intergeneracional. El trabajo es
visto como un medio de elección y de alcance de bienes considerados como
importantes. Es un acto de expansión de la libertad. Investigaciones alrededor
del mundo han mostrado el lugar particular que tiene el trabajo infantil en
zonas rurales. Estas poblaciones suelen ver en el trabajo una forma de apoyo a
la familia. Lo anterior coincide con un estudio realizado en Colombia por María
del Pilar Jaramillo, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas,
quien señala que las razones se mueven entre ayudar a la familia y tener su
propio dinero. Llama de nuevo la atención que la primera razón es más común en
zonas rurales, mientras que la segunda es característica de niños, niñas y
adolescentes de zonas urbanas, quienes tienden a la búsqueda de la autonomía o al
empoderamiento frente al núcleo familiar.
¿Por qué no
se logra erradicar el trabajo infantil? Este es un fenómeno, con efectos
económicos importantes; es una estrategia de supervivencia por parte de las
familias que no tienen garantizadas las condiciones sociales de equidad. Los
programas de subsidios destinados a familias de escasos recursos sólo cubren
una parte de la población. La que no es cubierta, se ve obligada a contar, para
su subsistencia, con los hijos e hijas como fuerza laboral. A lo anterior se
suman las condiciones de precarización del trabajo (empleos de baja calidad, de
corta duración, con baja estabilidad laboral, entre muchas otras
características de injusticia social). Para la Dra. Jaramillo, la gran razón va
más allá de que se cuente o no con políticas para la erradicación del trabajo
infantil, sino con la existencia o no de entornos protectores para niños,
niñas, jóvenes y sus familias, lo que pasa por garantizar trabajos dignos,
estables y con remuneración justa para que las personas cabeza de familia
brinden oportunidades de crianza a sus hijos sin la necesidad de que estos se
conviertan en mano de obra antes de alcanzar la mayoría de edad.
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