Tomado de El Times, jueves 20
de junio de 2019
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Foto tomada de El tiempo.com |
BARCELONA — Si existiera el
país de los refugiados, ya sumaría más habitantes que la población combinada de
Colombia y Chile. Un total de 70,8 millones de personas están desplazadas
debido a situaciones de violencia y persecución en todo el mundo.
Lo dice el informe anual que
acaba de difundir la agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur). Es la cifra
más alta desde que nació este organismo tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial. Una cifra que no ha dejado de crecer desde 2011 y dibuja un mundo de
guerras irresueltas que esconde un crudo panorama: el de millones de personas
acogidas en países pobres ante la falta de solidaridad de los países ricos.
Pero es una cifra que no
incluye a uno de los éxodos que ha transformado el mapa de las migraciones: el
venezolano. Para finales de 2018, 3,4 millones de venezolanos habían salido del
país (los últimos datos dicen que ahora son más de 4 millones). Solo el éxodo
sirio, que surge de un escenario bélico, es mayor: 6,7 millones de personas.
“Estamos en un limbo terrible,
porque no me dan la residencia en España”, dice Nelson Álvarez, un venezolano
de 66 años que llegó a Las Palmas de Gran Canaria hace un año y ocho meses. “La
burocracia es muy grande y somos personas, no números”.
Su hijo sufre epilepsia
convulsiva y necesita medicamentos, así que Álvarez y su mujer, Carmen María
González, decidieron abandonar una Venezuela con un sistema de salud colapsado.
Su esposa —cuyos padres habían emigrado de Las Palmas a Venezuela en 1953— y su
hijo tienen la nacionalidad española, así que él solicitó la tarjeta de
residencia de familiar de comunitario europeo, pero le fue denegada. Hoy sigue
sin poder trabajar y está a la espera de un último recurso por razones
excepcionales. No se planteó pedir protección internacional, porque esta vía le
parecía la más lógica.
“Vinimos legales a España. Yo
no quiero vivir del Estado español”, dice Álvarez. “Para mí el trabajo es
salud”.
Álvarez no computa en el
recuento oficial de Acnur porque no está bajo su paraguas: muchos venezolanos
como él no han pedido el asilo y han intentado obtener permisos de residencia
para permanecer en otros países. La singularidad del caso venezolano es tal que
el epígrafe “venezolanos desplazados en el extranjero” aparece en el glosario
del informe de Acnur junto a las categorías generales de “refugiados” o
“desplazados internos”.
Todo indica que la lectura del
planeta en clave migratoria debe revisarse. El triángulo que dibujan Asia
Central (refugiados afganos), Oriente Medio (refugiados sirios) y África subsahariana
(refugiados sursudaneses y de otros países) exige que también se hable del
continente americano: de las 7,8 millones de personas aún desplazadas dentro de
Colombia, de los miles de centroamericanos que huyen hacia Estados Unidos y
cuyas solicitudes de asilo solo son la punta del iceberg. Y, por supuesto, de
Venezuela, el movimiento de población más importante de la región en los
últimos años.
A cierre de 2018 había 1,3
millones de venezolanos en Colombia, más de 700.000 en Perú, casi 300.000 en Chile
y 263.000 en Ecuador. Pese a todas las diferencias que los separan, quienes
huyen de Venezuela y quienes lo hacen de Honduras o El Salvador tienen algo en
común: sus casos no se están interpretando en el marco del sistema
internacional de asilo. En España, por ejemplo, sus solicitudes de protección
internacional generalmente son rechazadas.
Son 460.000 los venezolanos
que han pedido el asilo en todo el mundo (350.000 de ellos lo hicieron recién
el año pasado). Fue la comunidad que más solicitó protección internacional, por
delante de Afganistán, Siria e Irak. Hasta el momento, solo 21.000 han sido
reconocidas como personas refugiadas. En un escenario con la carga política de
Venezuela, se ha hecho evidente la falta de imaginación para proteger a esta población,
con esta u otras figuras legales.
La agencia de la ONU dice que
“varios factores interconectados están provocando las salidas de Venezuela”,
pero admite que “dado el deterioro de las condiciones políticas y
socioeconómicas y de derechos humanos”, los criterios de protección
internacional son aplicables “a la mayoría” de los venezolanos. Para Acnur,
este movimiento de población ha tomado cada vez más las características de una
situación clásica de éxodo de personas refugiadas.
El continente americano es
quizá el máximo exponente de una realidad cada vez más abrumadora: se necesitan
nuevas figuras de protección internacional, nuevas fórmulas, para asistir a
estas poblaciones. Algunas ya existen, como las llamadas visas humanitarias.
“El 80 por ciento de los
conflictos actuales no son armados en el sentido tradicional, son otras formas
de violencia”, dice Blanca Garcés, investigadora del Barcelona Centre for
International Affairs (Cidob). “Quienes huyen de estos países no son
considerados refugiados bajo la Convención de Ginebra, porque está pensada para
el refugiado de la Segunda Guerra Mundial. Hay un desfase entre las historias
detrás de los que huyen sufriendo por su supervivencia y aquellos que
formalmente son considerados merecedores del estatuto de refugiado”.
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El cruce de Venezuela hacia Colombia por Paraguachón Foto: Guillermo Legaria/Getty Images |
El debate pendiente exige algo
difícil: entender que los movimientos de población forzosos responden a algo
más complejo que las guerras convencionales. Y entender, quizá, que el amparo
de esas personas debe desligarse del furor ideológico alrededor de crisis
bélicas, políticas, económicas e incluso climáticas cada vez más
indistinguibles.
Refugios urbanos
A principios de siglo, la
mayoría de las personas refugiadas vivían —subsistían— en campos o en el ámbito
rural, algo que las últimas décadas han desmontado: Acnur estima que el 61 por
ciento de ellas vive hoy en entornos urbanos. Muchos son sirios que viven en
megaurbes turcas como Estambul o en ciudades de Alemania, que tiene una
población refugiada urbana de más de un millón de personas.
Las ciudades, con sus
oportunidades económicas y con el riesgo que a veces representan —redes de
explotación y tráfico de personas—, son el nuevo escenario de las migraciones.
La paradoja es que siguen siendo los Estados, con políticas de externalización
de fronteras cada vez más agresivas, quienes tienen las competencias de asilo.
Según Acnur, los países ricos
solo acogen a un 16 por ciento de los refugiados.
Los agrios debates migratorios
que se libran en Europa y en Estados Unidos, los miedos y la xenofobia que se
usan como arma electoral en Occidente, producen un dato contundente: según
Acnur, países como Bangladés, Chad, República Democrática del Congo, Etiopía,
Ruanda, Sudán del Sur, Sudán, Tanzania, Uganda y Yemen acogen el 33 por ciento
de los refugiados de todo el mundo, pese a que combinados apenas tienen un 1,25
por ciento del PIB mundial.
La cercanía de estos países
con las peores guerras de nuestro tiempo puede explicar que sean los que acogen
a los refugiados en primera instancia (y no son pocos los países que han
intentado desembarazarse de ellos). Pero los campos de refugiados en Bangladés
o Uganda siguen eternizándose. La ONU estima que 1,4 millones de personas
necesitaban ser reasentadas en terceros países el año pasado, pero solo 81.300
plazas fueron ofrecidas por un total de 29 países.
El mapa global de las
migraciones también se puede leer así: los países ricos solo acogen a un 16 por
ciento de los refugiados.
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